domingo, 20 de diciembre de 2009

El que abre las Puertas


Cuando un ilustrador quiere captar la atención de un editor, no tiene más que mostrar alguna imágen. La operación es sencilla, y el profesional sabe casi de inmediato si lo que le acaban de presentar está más o menos en la línea de lo que está buscando. Sin embargo, cuando el que intenta publicar es un escritor, la situación cambia. Como narradores, nosotros necesitamos que el editor se interese por la obra que le presentamos y se tome un tiempo para leerla. Esto no es fácil. Por lo general los trabajos presentados se acumulan incesantemente, y a veces pueden pasar meses antes de que nos lean, si es que finalmente lo hacen. Por eso, es que le estoy muy agradecido a un cuento que escribí en el año 2000, probablemente en noviembre o diciembre. Se llama "La Venganza de los Niños". Es tan breve que nadie deja de leerlo y, según parece, le ha gustado a mucha gente. Lo reducido de su extensión naturalmente ha facilitado su publicación, pero, lo más importante, es que ha sido un gran abridor de puertas. Sirvió para que los editores me conocieran y se interesaran después por trabajos de mayor extensión. De hecho, fue el primer cuento que publiqué en España y también en Francia. También salió publicado en Argentina (dos veces), y en Uruguay (dos veces). Como homenaje, a este humilde amigo que me ha prestado tan excelente servicio, lo publico ahora en este blog:

La venganza de los niños

Allende el Cementerio, en un terreno baldío repleto de basura, el Rey de las moscas tiene sus dominios. Se sienta sobre un cráneo, eleva su brillante saxo y toca al alba un blues que siempre es el último. Hay en esa música un dolor tan viejo como el mundo. Los cientos de niños y niñas que juegan entre papeles mugrientos, botellas, restos de comida, fierros, agua podrida y neumáticos viejos, se acercan atraídos por su exquisito arte. Después de tocar, el Rey mira con tristeza a su auditorio de infantes flacos, mal vestidos, con los rostros sucios y los pies azules de frío. Ante las miradas de todos, se para y camina con decisión hasta el barranco que sirve de límite entre el reino de las moscas y la civilización. Allí, sosteniendo el instrumento con una mano, abre los brazos en cruz, y, mientras su sobretodo apolillado se agita en el viento, lanza maldiciones a la ciudad de los ricos. Estimulado por los gritos de aprobación que sus palabras provocan, se hace de valor y dicta sentencia: "¡Hemos vuelto a ser estafados, pero ésta es la última vez!" Luego sopla el saxo y salta al vacío, seguido por su ejército esquelético. Encantados por la melodía, vuelan con la vista al frente y las manos como ganchos retorcidos, dejando en el aire tibio una estela de moscas. A medida que avanzan la frustración que han sentido en este día se transforma en odio. Tras pasar por encima de las murallas, ven abajo las casas limpias y hermosas y los lujosos autos que resplandecen con las primeras luces de la mañana. Pero ahora no descenderán en picada como una plaga de arpías, ni los inquilinos se llenarán de terror al ver que el techo se derrumba por el ataque de los niños salvajes que invaden su propiedad y se roban las bicicletas, las muñecas, las pelotas y los trencitos eléctricos que no tendrán dónde enchufar. No, hoy el objetivo es más grande. Por eso siguen adelante, dejan atrás la ciudad y vuelan hacia regiones que nunca antes habían visitado. La melodía del Rey de las moscas se hace más rápida y el tiempo se acelera. Con un creciente ritmo de vértigo, el día da paso a la noche y las estrellas parecen adquirir una forma alargada hasta que se transforman en líneas blancas sobre el negro firmamento. Sólo la velocidad y la protección de la música impide que los cuerpos se cubran de escarcha y los dientes castañeteen de frío. Desde las alturas, ven la nieve, el humo que sale de las cabañas de madera, y los animales que esperan en la entrada. Cuando el líder da la señal, se precipitan sobre las viviendas y arremeten contra todo lo que se les cruza en el camino. Con trozos de vidrio degüellan primero a los renos y después a los hombrecitos que intentan impedirles el paso. Finalmente abren una puerta y allí lo encuentran. Tendido sobre una enorme cama, el hombre obeso, de barbas largas y blancas, ignorante de todo peligro, ronca después de una dura jornada. En el momento en que la sangre moja las sábanas, los niños sonríen y se repiten que nunca más volverá a equivocarse.

Pablo Dobrinin

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La ilustración: Bosque Rojo, de María Jesús Hernández Sánchez

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Domingo Santos, cuando publicó "La Venganza de los Niños", en el 2005, en el número 21 de la revista Asimov, lo presentó así: "Respecto a este relato, un muy peculiar (y militante) cuento de Navidad, creemos que muy pocas veces se ha logrado decir tanto con tan pocas palabras, y de una forma tan estremecedoramente contundente".

2 comentarios:

  1. Seguramente es raro que alguien comente un post tan pretérito. Pero siempre es bueno seguir agradeciendole a esos relatos perfectos que escribimos hace mucho. Si este fue tu llave, es una excelente llave. Tu texto maneja una metamorfosis y una sutileza implacables.
    Mis más sinceras envidias de escritor. Salud!

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  2. gracias, amigo, recién veo tu comentario, un abrazo!!

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