jueves, 26 de septiembre de 2013

Arte en los bosques

Laura Paggi: La belleza que resiste

Laura Paggi nació en Buenos Aires el 22 de septiembre de 1967. Es docente de Nivel Inicial, pero no ejerce porque descree de la educación formal y la escuela como institución. Asistió al taller de artes plásticas de la profesora Claudia La Banca y a muchos seminarios sobre dibujo, pintura y escultura. Desde 2013 imparte cursos de plástica para niños y adultos en el taller de Roxana Rignola. Participó en muestras individuales y colectivas en galerías y museos de San Telmo, Palermo, Recolecta, Barracas y La Boca. Ha ilustrado relatos para distintos medios, entre los que se destaca la revista Axxón. A la hora de escoger los materiales, le gusta experimentar y arriesgarse. Lápices, óleos, acrílicos, acuarelas, papeles, telas, arena, enduido, tintas, y hasta café pueden servir a sus propósitos. Tiene preferencia por los colores deslumbrantes y su estilo oscila entre el abstracto y lo figurativo naíf. Sus trabajos se pueden apreciar en: http://laurapaggi.blogspot.com


Más allá de la búsqueda continua y a menudo aventurada, lo que define el estilo de Laura Paggi es una actitud vital y una marcada tendencia hacia la espiritualidad y la belleza. Hay una energía positiva que intenta abrirse paso en el mundo. Su poética se construye con una simbología que precisamente apunta a eso: pájaros, peces, plantas en germinación, flores, mariposas. Todos símbolos espirituales o de transformación. Lo interesante además es que tanto los pájaros como los peces o la naturaleza, no son simples manifestaciones de vida, sino metáforas de lo humano, de su capacidad para crecer y trascender. Incluso, cuando aborda el erotismo, Paggi también lo hace desde una perspectiva espiritual, razón por la cual, en la representación de los cuerpos, generalmente estilizados, suele utilizar mayoritariamente el color azul.




 "Genitalidad compartida", óleo y acrílico sobre madera, 1 x 1,20 m.   
Imágenes de lo invisible
 
Los trabajos abstractos de Laura Paggi, al liberarse de las formas convencionales, consiguen hacer visible lo inexpresable, los movimientos del espíritu. En "Reconstrucción de un alma", el alma, visualizada en azul (espiritualidad) aparece como una figura humana desarticulada, en construcción. El fondo rojo que indica dolor, y la estructura con forma de cruz del fondo, promueven la idea de sacrificio. Los colores empastados y las líneas rotundas apuntalan la idea de que esa reconstrucción es trabajosa. "Esenciales núm. 1" es una imagen onírica, una explosión de rojos y amarillos, que no pasa por el filtro de la conciencia, que nos muestra el mundo tal como es y no como lo vemos habitualmente. Algo similar ocurre con "Cosas", pintadas con café, una serie de botellas con los bordes difusos. Podríamos definir a la realidad como una sustancia gaseosa que no tiene una forma definida, y que puede acomodarse en botellas de distintas formas o tamaños. Las botellas son los esquemas mentales que nos permiten segmentar y visualizar una realidad que es indivisible, que responde al principio de unidad de lo creado.


 "Cosas", pequeño formato, pintado con café sobre papel.
Pájaros y Peces

Los pájaros, considerados por su cualidad dual, terrestre y aérea, mensajeros o emisarios del más allá, están presentes en varios cuadros. En el "El corazón de los pájaros" (inspirado en un cuento de donde las aves son una metáfora de los recuerdos), Paggi trabaja con imágenes esquemáticas de aves, y valiéndose de líneas curvas sugiere la idea de retorno. En "Pajarillos al alba" las aves salen de la cama, como si representaran la inspiración o las palabras que los poetas logran atrapar en el momento del despertar. "Pájaro urbano" muestra que esos pájaros pueden sobrevivir en la ciudad, de hecho aparecen integrados al paisaje geométrico. "En nido de pájaros", es muy claro que Paggi remite a lo humano. El nido tiene un color orgánico, sanguíneo. Para sugerir la vida, el movimiento, la circulación, la artista ha empleado una acuarela diluida que convierte al nido en un centro vital. "Anudando pájaros" es decididamente abstracto, los pájaros ya no tienen una forma reconocible, y esto ocurre porque Paggi ya no pinta su forma, sino que, con colores fuertes y luminosos, comunica su cualidad esencial.



 "Pájaro urbano", óleo y acrílico sobre madera, 1 x 1,20 m.

Los peces, a menudo llamados los "pájaros del mar", representan la intuición y el inconsciente, las posibilidades ocultas de la psiquis. Son también símbolo de espiritualidad, ascensión y fecundidad. "Desove tropical" muestra peces que van y vienen, entre el sol y el amanecer, reafirmando la circularidad de la vida. Los lápices de colores aportan la necesaria calidez al tiempo que con sus matices logran un efecto de luz de impactante belleza. Las escamas no tienen el dibujo habitual, han sido sustituidas por círculos que sugieren la posibilidad latente de desovar. En este cuadro, como en muchos otros, las figuras (peces en este caso) aparecen integrados al fondo, porque la artista tiende a considerar la unicidad del universo, a la vida como a un todo. En "Viaje al interior de uno", suerte de exploración íntima, las formas son geométricas, abstractas, lo que resulta una decisión acertada cuando se trata de representar lo intangible o irrepresentable. La única forma más o menos reconocible es la de un pez, que parece ser el sujeto del viaje. "Gasterópodo", en tanto, bellamente iluminado por resplandores marinos, se erige como un símbolo de las profundidades.


      "Desove tropical", lápices de colores sobre papel, pequeño formato.



  "Gasterópodo", témpera y lápiz sobre papel, pequeño formato.


La semilla

La fuerza de la primavera fue trabajada por la artista en una serie titulada "Ínfimas" que incluye cuadros como "El manzano", "imagen de primavera", "insectívoro y vegetal", "profundidades rocosas", "secreto de primavera", "semillero escondido", "tótem subterráneo", "vertebral", etc. En "Sangre tierra", la composición en forma de "s" que se adelgaza y se proyecta hacia el extremo superior del cuadro, y los colores líquidos, logrados con un acertado empleo de las tintas, transmiten la fuerza y frescura de la naturaleza. El color sanguíneo refuerza el concepto de que estamos ante una metáfora de la capacidad regeneradora del ser humano.


 "Sangre tierra" (de la serie Ínfimas), pequeño formato, tintas y acrílico sobre papel.



 "Tocando el cielo" (de la serie Ínfimas), pequeño formato, tintas y acrílico sobre papel.


Laura Paggi creó la serie "Ínfimas" mientras era voluntaria en el centro cultural del hospital Borda, un importante neuropsiquiátrico de la ciudad de Buenos Aires. Allí, junto a un grupo multidisciplinario de plásticos, músicos, actores, clowns y fotógrafos, se dedicaba a compartir el día con los pacientes, en actividades lúdico recreativas que se realizaban en los jardines de la institución. Es interesante considerar que estas nobles tareas, absolutamente honorarias, se llevaban a cabo mientras el Gobierno de la Ciudad intentaba destruir los talleres de capacitación, los jardines y todas las instalaciones del centro cultural. Los enfrentamientos fueron crudos, de un lado los artistas, los profesionales de la salud y hasta los pacientes que intentaban preservar un espacio; del otro la Policía Metropolitana armada con cachiporras, escudos, gas lacrimógeno y balas de goma. Decenas de personas fueron brutalmente agredidas y tuvieron que pedir atención en el propio hospital. El conflicto aún no ha terminado. Sin importar lo que ocurra, una cosa es segura: los gobiernos y las administraciones pasarán, pero las obras, como las de Laura Paggi, quedarán como un testimonio de vida y resistencia pacífica frente a la prepotencia del poder institucional.

Pablo Dobrinin

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Nuevo cuento

Mi relato "Algunas cosas que vi en el Desierto", fue publicado en el número 246 de la revista Axxón:
http://axxon.com.ar/rev/2013/09/algunas-cosas-que-vi-en-el-desierto-pablo-dobrinin/

Seguramente sea parte de mi próximo libro de relatos. La hermosa ilustración es de Adrián Ruano.

lunes, 26 de agosto de 2013

La sombra quieta de la letra F




La sombra quieta de la letra F, Andrés Echevarría, Melón editora, 68 páginas, 2012, Argentina.

Andrés Echevarría (1964, Cerro Largo, Melo), ha incursionado con éxito en diversos géneros. Participó como antólogo, prologuista y ensayista en libros sobre Juana de Ibarbourou  y Jules Laforgue. Su obra dramática incluye: “La Historia en dos cuerpos” (1992), “Homenaje al espejo” (1993), “Sonorama” (1994), “ZZZZZ...” (1995), “El re dio la nota” (1998) y “Cuando la luna vuelve a su casa” (sobre la vida de Laforgue, 2012, Primer Premio Municipal Juan Carlos Onetti). En narrativa escribió “Los árboles de piedra” (2008). Es autor de los poemarios: “Señales elementales” (2006), “La sombra de las horas” (2009), “La plaza del Ángelus” (2011) y “La sombra quieta de la letra F” (2012).


“La sombra quieta de la F” es una antología poética: de la página 9 a la 14 son inéditos, de la 15 a la 28 hay una selección de La plaza del Ángelus (Yaugurú, 2011), de la 29 a la 39 de La sombra de las horas (Estuario, 2009), de la 40 a la 53 de Señales Elementales (Artefato, 2006), y de la 54 a la 64 inéditos nuevamente.
Más allá de los años que van del primero al último poema, y de que encontremos verso libre, alejandrinos o sonetos, lo que queda claro en esta selección es que su autor ha sabido mantener una identidad a través de los años. Echevarría es el poeta del misterio que habita en los espacios cotidianos. Existe otra vida, otro mundo, y está muy cerca de nosotros.
“La sombra quieta de la letra F” es el título de uno de los poemas, y como es lógico  proporciona una de las claves del libro: “cuando el último acto sea el intento/ de interpretar las cosas y decirlas/ la historia de bocas que se cierran/en la piel recorrida que se apaga/se posará en un sitio inexplicable/la sombra quieta de la letra f/y entre los árboles de algún espacio/encontrará la senda y la palabra”. Hace referencia a la palabra que espera, a la posibilidad cierta y cercana del hecho poético. La poesía debe buscarse de un modo natural, sin la violencia de los artificios. Lo que importa es vencer las resistencias, porque únicamente de esa forma las puertas se abrirán.  Echevarría es un peregrino humilde y honesto, su estilo es diáfano y ligero. Hay buenas imágenes, no pomposas pero sí efectivas, una técnica aplicada, y un ritmo sosegado, de modo que fondo y forma se corresponden con acierto.
Hay que estar predispuesto para el conocimiento, y no perder de vista que el lenguaje es una herramienta limitada. La palabra, señala el poeta, es de “rústica forma inconclusa”, “es una guarida que espera en el inconsciente”, “es un error que no puede subsanarse”. Es un bosque cubierto de sombras “con el mar del otro lado, donde no hay huellas del hombre”. La palabra es entonces una aproximación,  aunque imperfecta, a la eternidad. Puede sugerir, acercarse, pero nunca llega a penetrar el último misterio, porque tiene las limitaciones del hombre. Y sin embargo, nada hay más humano que esa búsqueda incesante. “Fracciones”, el último poema del libro, recuerda que en su viaje, el poeta apenas logra rescatar una parte de la totalidad: “parte de palabra”, “parte de libro”, “parte de voz”, “parte de cielo”, “parte de espejo”, etc.
A veces es el silencio (como sucedía sobre todo en La plaza del Angelus) el portador de las revelaciones, e incluso la oscuridad: “el silencio de la luz de mi lámpara/que alumbra nuevamente mi lectura”. Porque el texto que nos interpela no es un libro, sino el mundo; y el hecho poético no está en los libros, en lo escrito, sino en la comprensión y la comunión con los elementos.
Para Echevarría el punto de partida puede ser lo que ocurre en una plaza, la vereda que guarda el recuerdo de unos pasos y de una vida, la lluvia que “multiplica pensamientos” o algo tan trivial como el desplazamiento de un insecto: “la hormiga se desplaza al fondo blanco/ bajo el sol de un mediodía se escapa/ por la cuerda de la ropa a los pretiles/ en el surco imaginario de las formas/ a los límites desiertos de un espacio/ a los detalles exentos de importancia”. El espacio acotado es la puerta al macrocosmos. Ve en lo cotidiano lo trascendente: “…a la sombra que cubre esta mañana/a la brisa que sopla en su temprana/agonía de todo el universo”. Otro ejemplo de los muchos que podría citar: “un árbol frente a mi casa/que fue girando el cosmos en su columna”.  Un instante, un silencio o un movimiento de apariencia insignificante se convierten en puentes aéreos.
Sin embargo, el hecho de ver lo que otros no ven, no significa necesariamente que esté despegado del mundo terrenal, sino que la visión se amplía. En el poema “El mar/ acúfeno de los desaparecidos”, el poeta señala con tenebrosa belleza: “horror sobre la playa los tres muertos del agua/ es uno el que se hamaca entre las olas sin rostro/ el otro lava el nombre y se disuelve en la arena/el último ha quedado en caracoles impreso/ y suelta su silencio como un pez sin destino/ en unos cuantos años llamarán a la puerta/ del rudo que en alambres maniató tres caminos/y el mar tendrá tres rostros y tres nombres tres voces”. Es admirable el ritmo de esos versos; transmiten la emoción que provoca la  contemplación del mar, y sobre el final, el oleaje parece acelerarse para anticipar un destino ineludible.
 “La sombra quieta de la letra F”, esta antología bellamente editada por Melón, deja en claro que Echevarría se ha ganado su lugar bajo el sol.

                                                                                Pablo Dobrinin
(publicado en La Diaria el 21 de agosto de 2013).









                                                         
                                                                                                                

domingo, 12 de mayo de 2013

entrevista sobre El bosque que crece por las noches







Un Paseo por el Bosque

Sandra Ávila me entrevistó para el sitio Libros Nocturnidad y alevosía :http://www.luisbarga.net/2013/05/cuentos-el-bosque-que-crece-por-las.html. La entrevista fue a propósito del relato El Bosque que crece por las noches (publicado en marzo de 2013 en el número 17 de la revista Próxima, con ilustraciones de Fraga).

De la realidad a la ficción

–¿Cómo nació la idea de escribir El bosque que crece por las noches?

–El bosque que crece por las noches es una de mis historias favoritas. En ella trabajé la idea del bosque como símbolo del inconsciente, y utilicé algunos conceptos surrealistas –el azar objetivo– como coartadas para favorecer la anécdota. Más allá de esto, está inspirada en una historia real que me contó hace como veinte años su protagonista, una muchacha que conocí en el Instituto de Profesores Artigas cuando ambos estudiábamos Literatura. Mi amiga visitaba a un señor mayor en su casa, y éste le mostraba antigüedades y objetos curiosos. Ella encontraba esos encuentros semanales muy estimulantes, casi como una fiesta, hasta que un día el hombre interpretó mal sus intenciones y con torpeza procuró que aquella amistad se transformara en algo más. Eso supuso una rotura brusca y desagradable de la relación. Luego él le pidió disculpas. Tras algunas vacilaciones, ella se las aceptó y volvió a visitarlo un par de veces más, pero ya no fue lo mismo.
El personaje del relato que escribí se parece mucho a aquella muchacha que conocí durante el primer año de Literatura. Era delgada, de pelo largo y negro, le gustaba el surrealismo y Lautréamont, y tenía una personalidad fresca y encantadora. Desde entonces no la he vuelto a ver, pero aun conservo en mi biblioteca un fanzine realizado por ella.
La presencia de los eucaliptos tiene que ver con recuerdos de la infancia. Cuando era niño viví algún tiempo en Playa Pascual y estaba lleno de montes. Había pocas casas y muchos árboles. Recuerdo incluso haber recolectado hongos, visitado alguna casa abandonada y jugado con un primo en eso montes. Hoy en día la mayoría de ellos desaparecieron, y podría llegar a pensar que por eso me tomé revancha y construí un relato lleno de árboles.  Pero tal vez lo hice porque cuando yo era muy chico, las calles que recorría inevitablemente estaban flanqueadas de eucaliptos y esa era la realidad que conocía.

El bosque como símbolo

¿Cuánto tiempo te llevó?

–Bueno, si hablo de la escritura puntual, fueron algunos meses de trabajo, pero si me refiero al proceso mental que la originó debo hablar de tres o cuatro años. La génesis de El Bosque que crece por las noches tiene que ver en gran medida con el modo en que mi mente procesa los cuentos. Los símbolos y los temas se instalan en mi mente y empiezan a dar vueltas, y cuando me doy cuenta tengo tres o cuatro historias en las que aparecen ideas de fondo similares, si bien los argumentos son bien distintos. En este caso lo que venía dando vueltas era lógicamente el bosque. El bosque como símbolo del inconsciente. El inconsciente en sí mismo no es ni bueno ni malo, y esa es una de las características que para mi gusto lo hacen interesante. Había intentado liberar esas ideas en varios cuentos; algunos los terminé y otros fueron quedando como cuentos inconcluso o proyectos. Entre ellos (había más) estaba: un cuento sobre un bosque que crece por las noches y que alguien dibuja en un cuaderno, y otro sobre un hombre que realizaba una serie de fotografías titulada El triunfo de la naturaleza. El triunfo de la naturaleza es una serie de fotografías que en algún momento pensé hacer, porque llegando a mi ciudad yo veía –hasta el día de hoy se puede ver– muchas máquinas abandonadas entre los yuyos y las flores, y también muchos autos convertidos en chatarra, siempre entre la naturaleza, los pastos, las plantas. Y cada vez que veía eso lo interpretaba como un símbolo. Finalmente junté los distintos argumentos en un mismo cuento. Fue una solución arriesgada porque es peligroso volcar tanto contenido en una misma obra, pero el resultado me dejó muy satisfecho. Lo que pasa es que las dos historias se anudan perfectamente: la naturaleza triunfa cuando se ingresa en el bosque, es decir en el inconsciente. Al terminarlo me di cuenta de que había utilizado una estructura similar a la de El regreso de los pájaros: dos personas (cada una con su propia historia) que tienen una conexión especial y terminan compartiendo un mismo destino.
Elegante y fluido

–¿Cómo definirías tu estilo de escritura? (lirica, prosa poética, onírica).

–No todos los cuentos son iguales ni me los planteo de igual modo, pero en general intento que el estilo sea fluido y elegante al mismo tiempo. No me avergüenza decir que valoro el concepto de belleza. En este cuento en particular quedé bastante satisfecho con el estilo, creo que es dinámico y agradable, no te deja indiferente. Soy de la idea de que los recursos poéticos deben utilizarse con mucho sentido del equilibrio y de la oportunidad. También me sirven para trazar líneas subterráneas. Por ejemplo, en un fragmento la pareja avanza hacia una casa abandonada que está cercada por un pastizal, y entonces, para indicar el tamaño de los pastos digo que eran altos como un niño. Lo expreso así no solo para indicar la altura, sino para mostrar que el viaje es también hacia uno mismo. Luego, para mostrar la dificultar que supone avanzar entre esos pastos, escribo: “Era como caminar dentro del agua”. Es mucho más que una comparación de densidades, porque el agua remite a las emociones, a uno mismo, etc. Es un regreso en sentido espiritual. La casa también es un símbolo del ser. Entrar en la casa lo utilicé como un paso previo a entrar en el bosque. El ofidio que encuentran en un auto abandonado tampoco es casual, está asociado al conocimiento que llegará más adelante.
Para mí lo fundamental es llegar a las soluciones narrativas a través de la intuición, y luego redondear conceptos utilizando la razón; pero primero apuesto siempre a la intuición, porque es lo que le va a dar la frescura al relato.

Nuevo libro

–¿Qué tienen en común o de distinto Colores Peligrosos y El bosque que crece por las noches?
–El bosque que crece por las noches perfectamente podría haber estado en el libro Colores Peligrosos, así que hay mucho en común. En todo caso es un cuento especial para mí porque abrí algunos caminos que me interesaba transitar. Hay un estilo de dibujo que parte de ilustraciones típicas de libros infantiles pero introduce luego elementos tenebrosos; bueno, yo intenté algo por el estilo, pero llevado al lenguaje. No es exactamente eso, pero sí me sirvió para pensar y elaborar otras cosas. Y después me interesa el relato por la estructura, que por momentos se parece al montaje cinematográfico; eso fue algo deliberado porque me di cuenta de que así le daba la fluidez que pretendía. Pero, volviendo a tu pregunta, ya tengo casi pronto un nuevo libro de relatos y, aunque los argumentos sean bien distintos, va en la misma línea que Colores Peligrosos. El bosque que crece por las noches va a ser parte del nuevo libro.

domingo, 14 de abril de 2013

El Bosque que crece por las noches

La revista argentina Próxima, en su número 17 correspondiente a marzo de
2013, publicó mi relato El Bosque que crece por las noches. La ilustración de tapa es de Roz, las ilustraciones del cuento son de Fraga.

sábado, 13 de abril de 2013

Reseña



A corazón abierto

Editorial Yaugurú  ha editado dos libros breves que tienen por tema al corazón: “El corazón discurre” de Gabriel Weiss y “Bitácora del corazón roto” de “caf.-”.  La edición evidencia el buen gusto que el Maca le aporta al diseño y ambos cuentan con estupendas portadas, aunque, a juzgar por la escasa exhibición que esta editorial tiene en la mayoría de las librerías, los libreros consideran que lo más bonito son los lomos. Pero vayamos a los textos…
Corazón de poeta
El corazón discurre, Gabriel Weiss, 62 páginas, ilustración de tapa: Luis Eduardo Aute, prólogo de Washington Benavides, Yaugurú, Montevideo, 2011.
Gabriel Weiss (Montevideo, 1961) es profesor de literatura, este es su primer libro.
El poemario parte del concepto que la tradición clásica le daba al corazón. En el canto I de La Ilíada de Homero, leemos: “Tal dijo. Acongojóse el Pelida y dentro del velludo pecho, su corazón discurrió dos cosas…”. El corazón discurre, es decir que piensa, es la sede de la inteligencia, por eso el dibujo de Aute muestra un corazón en el lugar donde debería estar el cerebro. El corazón, de acuerdo con René Guénon, también simboliza el centro del ser. El centro representa la eternidad, es el “motor inmóvil” en torno al cual se desarrolla el tiempo. Precisamente, en el libro de Weiss, el mundo gira en torno al corazón del poeta. Y desde esa eternidad que propone el discurrir del corazón, el pasado, el presente y el futuro se viven desde el ahora. El corazón siempre “es”.
El libro, vívido como los resplandores de una tormenta, está formado por versos libres que empiezan de la siguiente manera: “Mi corazón es…”, a lo que sigue una enumeración: “…Nerón contemplando/Roma envuelta en llamas/ es la estepa soviética/ y es Odín soplando furiosas pesadillas/es la voz de Lou Reed cantando/Romeo y Julieta en la calle Austria”. Este esquema se repite a lo largo de todo el libro. El uso del gerundio y del verbo “ser” hacen sentir el impacto actual de todas las acciones. Si como creemos, la obra de una artista lleva implícita una visión del universo, hay que admitir que estamos frente a un ejemplo extremo. De algún modo, el libro plantea la realización máxima que puede concebir un poeta: que ese universo pase por su obra. La historia, la mitología, los recuerdos personales, y las raíces familiares se resuelven en una experiencia totalizadora que devuelve al individuo el sentimiento de pertenencia a lo único e indivisible: “camino abajo camino arriba/mi corazón es siempre uno y el mismo”. La unicidad se advierte también en unos versos explícitos como: “Mi corazón”… “es una grieta por donde/se filtran los días por venir/es un pozo donde emiten/sus últimos destellos/ los días que pasaron”.
A veces hay una correspondencia entre el sentir del alma y el discurrir del corazón. (Mi corazón)… “es una lámpara de aceite/ que alumbra débilmente mi alma”; “Mientras tanto mi alma se sacude/como una camisa colgada de un alambre”. Es de agradecer que los versos no sean simples enumeraciones, ya que, como vemos, se ponen en juego variados recursos poéticos; metáforas, imágenes, comparaciones, personificaciones, etc., que nos deparan bellas sorpresas. “Mi corazón”, señala el poeta de un modo elegante, “es un jazmín que ha florecido/mientras marzo se extingue/ como el fuego en un bosque”.
Corazón herido
Bitácora del corazón roto, “caf.-”, 6º páginas, ilustración de tapa: Alfonso Lourido, Yaugurú, Montevideo, 2012.
“Caf.-” (Montevideo, 1975) es el pseudónimo de Christian Arán; en el 2007 publicó su primera novela: 14 mAh. “Bitácora…” es su segundo libro.
Aquí el sentido del corazón tiene que ver con el que le otorgamos habitualmente; remite a lo afectivo. El relato es no lineal y está estructurado en pequeños capítulos que se leen como microrrelatos y que a veces, con ligeras variaciones, se repiten a los largo del libro. El orden de las partes es intercambiable, y uno puede abrir el libro en cualquier página, porque lo que importa es la huella que esos textos pueden dejar en nosotros. Es una obra que navega entre el humor negro, el absurdo, una cuota de surrealismo controlado y la alegoría. Hay personajes que se repiten, con historias que se alternan: un hombre que se pasea con los pedacitos de su corazón en el bolsillo, un hada que se complace en destruir el corazón de un querubín, un falso mesías que en el escenario de un teatro sostiene en alto su corazón sangrante, un capitán de barco y su tripulación, un masoquista que genera encuentros lujuriosos, y hasta un escritor. Todos los personajes podrían ser el mismo, los límites son difusos. La estructura es espiralada y ofrece muchas posibilidades creativas. Lo que subyace a todas estas historias, es una ciudad en la que los colores están prohibidos. Así, la obra de “caf.-” funciona como una metáfora del dolor (representado por el corazón”) al que un individuo se expone en una ciudad gris que intenta anularlo. En ese mundo gris “la vida va en círculos”. Seguramente el lector se sienta tentado de asociarlo con su propia ciudad. Es sintomático que en este medio el promotor del placer sea precisamente “el masoquista”. El texto está escrito con corrección y avanza a golpes de ingenio.
Libros infinitos
Hay obras que se presentan como piezas de relojería; cada parte es insustituible y está en el lugar exacto. Otras en cambio se parecen más a sistemas abiertos. Los dos libros de Yaugurú, convenientemente breves, pertenecen a este último tipo: podrían acortarse e incluso prolongarse indefinidamente. Ambos, de algún modo, se sitúan más allá del tiempo y sugieren posibilidades infinitas. El propio Weiss contaba en una entrevista que había trabajado en su libro durante años, pero el mismo día de llevarlo a la imprenta no pudo resistir la tentación de agregar unos versos.
                                                                                            Pablo Dobrinin
                                     (publicado en La Diaria el 4/4/2013)