martes, 19 de marzo de 2013

Oscar Larroca



El Cuerpo Abierto
Oscar Larroca XVI Premio Figari, autores varios, Museo Figari, DNC, MEC / BCU, 96 páginas, Uruguay, 2012.


La publicación de libros de arte  suele estar regida por una ley no escrita bastante perversa. Salvo excepciones, a menos que un artista esté muerto o haya entrado en la tercera edad, nadie se acuerda de él. El arte pictórico es ejemplar en este aspecto. No solo no se editan libros sobre un artista determinado, sino que los libros que se han escrito sobre la historia de la pintura uruguaya, han resultado indiferentes a las nuevas generaciones. Una vez un librero me comentó que cuando un turista le pedía alguna publicación que le permitiera conocer a los pintores nacionales, a él le daba vergüenza. Parecería que después Blanes, Figari, Barradas, Torres García, Cúneo, Gurvich, Espínola Gómez,  y poco más, el arte ha desaparecido. Esto no solo es nocivo para un pintor en particular, sino para la comprensión del fenómeno artístico considerado como expresión de un tiempo y una sociedad. Lo que está pasando uno puede encontrarlo a lo sumo en exposiciones, galerías y concursos, pero escasamente en los libros. Un incidente político puede tener, en cuestión meses, un libro que lo documente, pero un artista debe esperar años, demasiados años, y a veces ni siquiera la muerte basta para rescatarlo del olvido.


Por eso mismo la labor que está emprendiendo el Museo Figari en asociación con el Banco M.E.C. y el B.R.O.U., es más que bienvenida. Entre los libros que integran su catálogo se encuentran  varios sobre la obra de Pedro Figari y uno sobre su hermano Juan Carlos Figari Castro. Pero, además de esto, y acá viene lo más interesante, a partir del 2010 el museo comienza a editar a los ganadores del Premio Figari, que distingue a artistas actuales. En el 2010 la ganadora fue la fotógrafa Diana Mines, en el 2011 Oscar Larroca, y en el 2012 el artista plástico Marco Maggi.

El jurado de la edición número XVI del Premio Figari, compuesto por Jorge Abbondanza, Águeda Dicancro y Tatiana Oroño, decidió premiar a Larroca en consideración a la solidez de su labor artística y docente en treinta años de trayectoria.
El libro “Oscar Larroca XVI Premio Figari”, catálogo de la muestra realizada en el propio museo,  incluye numerosas reproducciones a todo color y recoge textos de Mario Bergara, Hugo Achugar, Pablo Thiago Rocca, Magalí Sánchez Vera, Pedro da Cruz, Jorge Abbondanza, Águeda Dicancro y Tatiana Oroño.


En esta publicación el lector podrá encontrar una biografía del autor, una entrevista y una introducción a  sus técnicas y motivos, dando cuenta de sus trabajos en dibujo, pintura, fotografía, performance, body art, etc.
En la “Cronología” de Larroca, elaborada por Magalí Sánchez Viera, el lector asiste a sus difíciles comienzos, que de algún modo también ejemplifican las cotidianas paradojas de muchos otros artistas. Así, en 1981, dando muestras de un talento insólito para sus 18 años de edad, es premiado en concursos de Cinemateca Uruguaya y Galeria Latina, al tiempo que expone en sitios de prestigio como el Teatro Solís y viaja a la Bienal de San Pablo. En ese mismo año, Larroca se gana la vida vendiendo palanganas de plástico puerta por puerta. Este y muchos otros apuntes ilustran los azarosos comienzos y su militancia en el arte y la política, hasta llegar a tiempos más dulces como las becas que obtiene para estudiar en la Sorbona, los numerosos premios, su trabajo docente, la publicación de sendos libros de ensayo -sobre el erotismo en el arte y sobre su amigo y mentor Manuel Espínola Gómez-,  y finalmente el reconocimiento de sus pares, del público y de la prensa. No podía faltar la mención a la célebre muestra de 1986 que fuera censurada por el intendente Jorge Luis Elizalde bajo el pretexto de que agredía la sensibilidad y la “moral media” de los espectadores. Episodio que, más allá de las intenciones del intendente, sirvió para desatar encendidas polémicas, promover gestos de solidaridad hacia el artista, y otorgarle una visibilidad extraordinaria en los medios.

Oscar Larroca recoge influencias del cómic, las series televisivas, la cultura popular, los libros de anatomía y sus cortes quirúrgicos, las carátulas de discos de rock de los 70, etc. Tiene una postura crítica en sus trabajos, no solo frente a la dictadura (visible en dibujos como “Once años de un día cualquiera”) sino frente a la sociedad de consumo en general. Reniega de la objetividad y, a pesar de un trazo a menudo hiperrealista, su obra muestra las facetas que el ser humano o el sistema se empeñan en ocultar. Suele apelar a la fragmentación y a lo simbólico, y le preocupa el mensaje y su eventual manipulación. En “Bienvenidos a la máquina” (acetato y fotografía) vemos un pie dividido en 18 imágenes. En algunas de ellas las partes del pie se ven normales, en una el dedo mayor muestra una rotura, en otra hay símbolos sobre la piel como una pipa que nos recuerda precisamente a Magritte y a los problemas de la representatividad.

Un ejemplo del uso inteligente que el pintor hace de la violencia es “Anacrónica muerte…la de Lorenzo”, primer premio en el concurso “Almanaque INCA 1988”. En este grafito el famoso personaje de cómic de “Lorenzo y Pepita” aparece atado con cuerdas, tiene los ojos vendados y está sangrando (la sangre es lo único en color). El fin de la infancia, el lado oscuro de un modelo y hasta las torturas aplicadas por un régimen pueden ser modos de interpretarlo. Pero lo fundamental es que las obras de este artista trascienden las coyunturas históricas, ya que su mirada, más que política, es ética.

Si bien la propuesta de Larroca es muy rica, la mayoría de su trabajo pasa por el cuerpo. El cuerpo considerado como texto, como territorio. Una piedra de Rosetta para acercarnos a su universo creativo es la serie fotográfica “Siete platos”. En ella vemos las piernas y la vagina de una mujer, y un plato blanco frente a esta última. Lo que va cambiando en la serie es el contenido del plato; en el primero aparece un trozo de torta, en el segundo una costilla cruda de vaca, en el tercero hay sobras, en el cuarto hay un huevo de gallina, en el quinto el plato está roto, el sexto plato es un espejo, el séptimo no tiene nada y la mujer aparece con una bombacha blanca. De ese modo, queda claro que Larroca utiliza el cuerpo como vehículo expresivo. El cuerpo puede estar ligado al placer, pero también al consumo, al descarte, a la reproducción, a la violencia, a la identificación, o a la censura.
Por otra parte, tampoco el erotismo debe ser tomado a la ligera. Ni siquiera en un grafito sobre papel titulado “La cena”, en el que una mujer acerca su lengua a una forma fálica. En contraste con el rostro hiperrealista de la mujer, el falo solo exhibe su contorno, dando a entender que el tema no pasa por el sexo, sino por la representación del deseo. Para Larroca, como también lo fue para los surrealistas, el erotismo debe ser comprendido en su dimensión moral, como un arma contra la hipocresía y la esclavitud del pensamiento.

                                                                                Pablo Dobrinin
                                                                (publicado en La Diaria en marzo del 2013).