Oscar
Larroca XVI Premio Figari, autores varios, Museo Figari, DNC, MEC / BCU, 96 páginas, Uruguay, 2012.
La
publicación de libros de arte suele
estar regida por una ley no escrita bastante perversa. Salvo excepciones, a
menos que un artista esté muerto o haya entrado en la tercera edad, nadie se
acuerda de él. El arte pictórico es ejemplar en este aspecto. No solo no se
editan libros sobre un artista determinado, sino que los libros que se han
escrito sobre la historia de la pintura uruguaya, han resultado indiferentes a
las nuevas generaciones. Una vez un librero me comentó que cuando un turista le
pedía alguna publicación que le permitiera conocer a los pintores nacionales, a
él le daba vergüenza. Parecería que después Blanes, Figari, Barradas, Torres
García, Cúneo, Gurvich, Espínola Gómez,
y poco más, el arte ha desaparecido. Esto no solo es nocivo para un pintor
en particular, sino para la comprensión del fenómeno artístico considerado como
expresión de un tiempo y una sociedad. Lo que está pasando uno puede
encontrarlo a lo sumo en exposiciones, galerías y concursos, pero escasamente en
los libros. Un incidente político puede tener, en cuestión meses, un libro que
lo documente, pero un artista debe esperar años, demasiados años, y a veces ni
siquiera la muerte basta para rescatarlo del olvido.
Por
eso mismo la labor que está emprendiendo el Museo Figari en asociación con el
Banco M.E.C. y el B.R.O.U., es más que bienvenida. Entre los libros que
integran su catálogo se encuentran
varios sobre la obra de Pedro Figari y uno sobre su hermano Juan Carlos
Figari Castro. Pero, además de esto, y acá viene lo más interesante, a partir
del 2010 el museo comienza a editar a los ganadores del Premio Figari, que
distingue a artistas actuales. En el 2010 la ganadora fue la fotógrafa Diana
Mines, en el 2011 Oscar Larroca, y en el 2012 el artista plástico Marco Maggi.
El jurado de la edición
número XVI del Premio Figari, compuesto por Jorge Abbondanza, Águeda Dicancro y
Tatiana Oroño, decidió premiar a Larroca en consideración a la solidez de su labor
artística y docente en treinta años de trayectoria.
El libro “Oscar Larroca
XVI Premio Figari”, catálogo de la muestra realizada en el propio museo, incluye numerosas reproducciones a todo color
y recoge textos de Mario Bergara, Hugo Achugar, Pablo Thiago Rocca, Magalí
Sánchez Vera, Pedro da Cruz, Jorge Abbondanza, Águeda Dicancro y Tatiana Oroño.
En esta publicación el
lector podrá encontrar una biografía del autor, una entrevista y una
introducción a sus técnicas y motivos,
dando cuenta de sus trabajos en dibujo, pintura, fotografía, performance, body
art, etc.
En la “Cronología” de
Larroca, elaborada por Magalí Sánchez Viera, el lector asiste a sus difíciles
comienzos, que de algún modo también ejemplifican las cotidianas paradojas de
muchos otros artistas. Así, en 1981, dando muestras de un talento insólito para
sus 18 años de edad, es premiado en concursos de Cinemateca Uruguaya y Galeria
Latina, al tiempo que expone en sitios de prestigio como el Teatro Solís y
viaja a la Bienal de San Pablo. En ese mismo año, Larroca se gana la vida
vendiendo palanganas de plástico puerta por puerta. Este y muchos otros apuntes
ilustran los azarosos comienzos y su militancia en el arte y la política, hasta
llegar a tiempos más dulces como las becas que obtiene para estudiar en la
Sorbona, los numerosos premios, su trabajo docente, la publicación de sendos
libros de ensayo -sobre el erotismo en el arte y sobre su amigo y mentor Manuel
Espínola Gómez-, y finalmente el
reconocimiento de sus pares, del público y de la prensa. No podía faltar la
mención a la célebre muestra de 1986 que fuera censurada por el intendente
Jorge Luis Elizalde bajo el pretexto de que agredía la sensibilidad y la “moral
media” de los espectadores. Episodio que, más allá de las intenciones del
intendente, sirvió para desatar encendidas polémicas, promover gestos de
solidaridad hacia el artista, y otorgarle una visibilidad extraordinaria en los
medios.
Oscar Larroca recoge
influencias del cómic, las series televisivas, la cultura popular, los libros
de anatomía y sus cortes quirúrgicos, las carátulas de discos de rock de los
70, etc. Tiene una postura crítica en sus trabajos, no solo frente a la
dictadura (visible en dibujos como “Once años de un día cualquiera”) sino
frente a la sociedad de consumo en general. Reniega de la objetividad y, a
pesar de un trazo a menudo hiperrealista, su obra muestra las facetas que el
ser humano o el sistema se empeñan en ocultar. Suele apelar a la fragmentación
y a lo simbólico, y le preocupa el mensaje y su eventual manipulación. En
“Bienvenidos a la máquina” (acetato y fotografía) vemos un pie dividido en 18
imágenes. En algunas de ellas las partes del pie se ven normales, en una el
dedo mayor muestra una rotura, en otra hay símbolos sobre la piel como una pipa
que nos recuerda precisamente a Magritte y a los problemas de la
representatividad.
Un ejemplo del uso
inteligente que el pintor hace de la violencia es “Anacrónica muerte…la de
Lorenzo”, primer premio en el concurso “Almanaque INCA 1988”. En este grafito el
famoso personaje de cómic de “Lorenzo y Pepita” aparece atado con cuerdas, tiene
los ojos vendados y está sangrando (la sangre es lo único en color). El fin de
la infancia, el lado oscuro de un modelo y hasta las torturas aplicadas por un
régimen pueden ser modos de interpretarlo. Pero lo fundamental es que las obras
de este artista trascienden las coyunturas históricas, ya que su mirada, más
que política, es ética.
Si bien la propuesta de
Larroca es muy rica, la mayoría de su trabajo pasa por el cuerpo. El cuerpo
considerado como texto, como territorio. Una piedra de Rosetta para acercarnos
a su universo creativo es la serie fotográfica “Siete platos”. En ella vemos
las piernas y la vagina de una mujer, y un plato blanco frente a esta última.
Lo que va cambiando en la serie es el contenido del plato; en el primero
aparece un trozo de torta, en el segundo una costilla cruda de vaca, en el
tercero hay sobras, en el cuarto hay un huevo de gallina, en el quinto el plato
está roto, el sexto plato es un espejo, el séptimo no tiene nada y la mujer
aparece con una bombacha blanca. De ese modo, queda claro que Larroca utiliza
el cuerpo como vehículo expresivo. El cuerpo puede estar ligado al placer, pero
también al consumo, al descarte, a la reproducción, a la violencia, a la identificación,
o a la censura.
Por otra parte, tampoco
el erotismo debe ser tomado a la ligera. Ni siquiera en un grafito sobre papel
titulado “La cena”, en el que una mujer acerca su lengua a una forma fálica. En
contraste con el rostro hiperrealista de la mujer, el falo solo exhibe su
contorno, dando a entender que el tema no pasa por el sexo, sino por la
representación del deseo. Para Larroca, como también lo fue para los
surrealistas, el erotismo debe ser comprendido en su dimensión moral, como un
arma contra la hipocresía y la esclavitud del pensamiento.
Pablo Dobrinin
(publicado en La Diaria en marzo del 2013).
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