martes, 29 de diciembre de 2009

Mis cuentos publicados












Esta es una lista de mis mejores cuentos publicados hasta la fecha.
Publicaciones en papel, en lengua española:
En Uruguay:
1995:
-El Jardín (relato, en Diáspar número 2).
-El Muro (relato ultracorto, en Diáspar número 2).
Mayo/Junio 2002:
-La Venganza de los Niños (relato, revista Pasaporte número 3).
Junio 2004:
-La venganza de los niños y Los peces (relatos, en el número 762 del Suplemento Cultural del diario El País de Montevideo).
En Argentina:
Julio 2005:
-Los Festejos del Fin del Mundo (relato, revista Cuásar número 40).
Diciembre 2007:
-Utopía de la Bailarina (relato, publicado en la antología Grageas -Cuentos breves de todo el mundo. (ediciones Desde la Gente, selección a cargo de Sergio Gaut vel Hartman).
Diciembre 2008:
-Los árboles de Isaac Levitan (relato, publicado en la antología Otras Miradas (con selección y prólogo de Sergio Gaut vel Hartman), ediciones Desde la Gente.
Junio 2009:
-El Regreso del Capitan Rayo, en el número 3 de la revista argentina Sensación!.
En España:
Noviembre/Diciembre 2005:
-La Venganza de los Niños (relato, revista Asimov Ciencia Ficción número 21).
Octubre 2006:
-La isla (relato, publicado en la antología Rastros del Futuro, seleccionada por Domingo Santos y editada por Espiral.)


Publicaciones en papel, en lengua francesa:
Diciembre 2006:
-Le vengeance des enfants (es el cuento La Venganza de los Niños , traducido al francés por Jacques Fuentealba, y publicado en Francia en la antología "Trafiquants de Cauchemars", selección a cargo del propio Jacques Fuentealba).
Septiembre 2007:
-Les festivités de la fin du monde (es el cuento Los Festejos del Fin del Mundo, traducido por Jacques Fuentealba y publicado en el número 76 de la revista "Lunatique").
Febrero 2009:
-El Regreso del Capitan Rayo, traducido por Jacques Fuentealba, en el tomo 9 de la revista francesa Fiction).


Publicaciones en la red:
En lengua española (revistas argentinas):
Abril 2006:
-El regreso del Capitán Rayo (relato, en Axxón 161).
Julio 2006:
-Los Festejos del Fin del Mundo (relato, en revista Axxón164).
Diciembre 2006:
-El jardín (cuento corto, publicado en la sección "Ficción breve", en la revista Axxón 169).
Octubre 2007:
-Luces del Sur (relato, publicado en el número 14 de la revista on-line "Sinergia").
Diciembre 2007:
-La Venganza de los Niños (relato, publicado en la revista on-line "Sinergia" número 14).
2008
-Utopía del escultor, Utopía del Músico y Utopía de la bailarina se publican en el sitio Quimicamente Impuro.
-Utopía de la bailarina se publica en La oveja Negra.
-El Desierto, y El jinete Nocturno se publican en "Breves no tan Breves".
En italiano:
Enero 2007:
-I festeggiamenti della fine del mondo (es el cuento Los Festejos del Fin del Mundo, traducido al italiano por Elisa Calcaterra y publicado en Italia, en formato ebook, en la antología: " Schegge di futuro - Una selezione di fantascienza latino-americana" (Esquirlas del futuro-Una selección de ciencia ficción latinoamericana). La selección estuvo a cargo de Gianluca Turconi.
Marzo 2008:
-Luci du sud (es el cuento Luces del Sur, traducido al italiano por Gianluca Turconi y publicado en formato e-book en el sitio Letture Fantastique).

En próximos post iré actualizando mis publicaciones.

domingo, 20 de diciembre de 2009

El que abre las Puertas


Cuando un ilustrador quiere captar la atención de un editor, no tiene más que mostrar alguna imágen. La operación es sencilla, y el profesional sabe casi de inmediato si lo que le acaban de presentar está más o menos en la línea de lo que está buscando. Sin embargo, cuando el que intenta publicar es un escritor, la situación cambia. Como narradores, nosotros necesitamos que el editor se interese por la obra que le presentamos y se tome un tiempo para leerla. Esto no es fácil. Por lo general los trabajos presentados se acumulan incesantemente, y a veces pueden pasar meses antes de que nos lean, si es que finalmente lo hacen. Por eso, es que le estoy muy agradecido a un cuento que escribí en el año 2000, probablemente en noviembre o diciembre. Se llama "La Venganza de los Niños". Es tan breve que nadie deja de leerlo y, según parece, le ha gustado a mucha gente. Lo reducido de su extensión naturalmente ha facilitado su publicación, pero, lo más importante, es que ha sido un gran abridor de puertas. Sirvió para que los editores me conocieran y se interesaran después por trabajos de mayor extensión. De hecho, fue el primer cuento que publiqué en España y también en Francia. También salió publicado en Argentina (dos veces), y en Uruguay (dos veces). Como homenaje, a este humilde amigo que me ha prestado tan excelente servicio, lo publico ahora en este blog:

La venganza de los niños

Allende el Cementerio, en un terreno baldío repleto de basura, el Rey de las moscas tiene sus dominios. Se sienta sobre un cráneo, eleva su brillante saxo y toca al alba un blues que siempre es el último. Hay en esa música un dolor tan viejo como el mundo. Los cientos de niños y niñas que juegan entre papeles mugrientos, botellas, restos de comida, fierros, agua podrida y neumáticos viejos, se acercan atraídos por su exquisito arte. Después de tocar, el Rey mira con tristeza a su auditorio de infantes flacos, mal vestidos, con los rostros sucios y los pies azules de frío. Ante las miradas de todos, se para y camina con decisión hasta el barranco que sirve de límite entre el reino de las moscas y la civilización. Allí, sosteniendo el instrumento con una mano, abre los brazos en cruz, y, mientras su sobretodo apolillado se agita en el viento, lanza maldiciones a la ciudad de los ricos. Estimulado por los gritos de aprobación que sus palabras provocan, se hace de valor y dicta sentencia: "¡Hemos vuelto a ser estafados, pero ésta es la última vez!" Luego sopla el saxo y salta al vacío, seguido por su ejército esquelético. Encantados por la melodía, vuelan con la vista al frente y las manos como ganchos retorcidos, dejando en el aire tibio una estela de moscas. A medida que avanzan la frustración que han sentido en este día se transforma en odio. Tras pasar por encima de las murallas, ven abajo las casas limpias y hermosas y los lujosos autos que resplandecen con las primeras luces de la mañana. Pero ahora no descenderán en picada como una plaga de arpías, ni los inquilinos se llenarán de terror al ver que el techo se derrumba por el ataque de los niños salvajes que invaden su propiedad y se roban las bicicletas, las muñecas, las pelotas y los trencitos eléctricos que no tendrán dónde enchufar. No, hoy el objetivo es más grande. Por eso siguen adelante, dejan atrás la ciudad y vuelan hacia regiones que nunca antes habían visitado. La melodía del Rey de las moscas se hace más rápida y el tiempo se acelera. Con un creciente ritmo de vértigo, el día da paso a la noche y las estrellas parecen adquirir una forma alargada hasta que se transforman en líneas blancas sobre el negro firmamento. Sólo la velocidad y la protección de la música impide que los cuerpos se cubran de escarcha y los dientes castañeteen de frío. Desde las alturas, ven la nieve, el humo que sale de las cabañas de madera, y los animales que esperan en la entrada. Cuando el líder da la señal, se precipitan sobre las viviendas y arremeten contra todo lo que se les cruza en el camino. Con trozos de vidrio degüellan primero a los renos y después a los hombrecitos que intentan impedirles el paso. Finalmente abren una puerta y allí lo encuentran. Tendido sobre una enorme cama, el hombre obeso, de barbas largas y blancas, ignorante de todo peligro, ronca después de una dura jornada. En el momento en que la sangre moja las sábanas, los niños sonríen y se repiten que nunca más volverá a equivocarse.

Pablo Dobrinin

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La ilustración: Bosque Rojo, de María Jesús Hernández Sánchez

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Domingo Santos, cuando publicó "La Venganza de los Niños", en el 2005, en el número 21 de la revista Asimov, lo presentó así: "Respecto a este relato, un muy peculiar (y militante) cuento de Navidad, creemos que muy pocas veces se ha logrado decir tanto con tan pocas palabras, y de una forma tan estremecedoramente contundente".

viernes, 11 de diciembre de 2009

Realidad


La Realidad es un puñado de pensamientos
sostenidos con fe.

La Realidad es un libro incompleto
escrito por todos y por cada uno de nosotros
en olvidados dialectos.

La Realidad es un pájaro de humo
que los hombres intentan atrapar
en la jaula de sus teorías.

Pablo Dobrinin

(Ilustración: Rob Gonsalves)

miércoles, 9 de diciembre de 2009

ESCRITORES Y ARTISTAS


Nunca se está tan solo ni se es tan poderoso como cuando se escribe. Hay dos formas básicas de actuar. La primera es utilizar la razón para construir una lógica funcional. El escritor dirige las vidas y destinos de sus criaturas, así como construye y destruye el paisaje, pero nada más. La otra, implica comprometerse con lo que se escribe, sacarlo desde un lugar más profundo que de la razón. Si lo comparamos con un actor, diríamos que no se conforma con representar a un personaje, sino que lo incorpora. En cualquier caso siempre es imprescindible dominar técnicas. Los que juegan, representan, construyen únicamente con la razón, esos son escritores; los otros, además de escritores, son artistas. Los escritores avezados pueden escribir con la regularidad y facilidad con que lo hace un periodista. Los artistas -en tanto se comporten como tales- deben sentir la necesidad de escribir. El escritor trabaja, el artista muere y renace. El escritor se concentra en la obra, el artista en sí mismo. Dicho de otro modo, para el escritor la obra puede ser una novela, un cuento, etc.; para un artista, en cambio, la obra es él mismo.
No hablo de tipos puros, naturalmente, en un mismo autor a veces puede pesar más el escritor que el artista, o al revés. Pero sí es normal que un escritor se identifique, o lo identifiquen más con un paradigma que con otro.
Otro rasgo que se deriba de la condición de artista, y que sirve además para identificarlo, es su estilo. El artista se siente bien transgrediendo géneros, utilizando un lenguaje poético, personal. Cuando verdaderamente estamos en presencia de un artista, uno siente que la poesía no es una mera decoración, sino una necesidad. Sirve para expresar lo que de otro modo no puede decirse. La poesía expresa lo que la razón es incapaz de transmitir. Nos conecta con nosotros mismos. El escritor utiliza los trucos del oficio, el artista se arriesga. El escritor tiene técnica, el artista tiene estilo. El escritor tiene continuidad, el artista destellos. El escritor busca la prolijidad, el artista la verdad.


Pablo Dobrinin
(la imagen: Bosque Interno, de Duilio Pierri)
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lunes, 7 de diciembre de 2009

ISAAC LEVITAN

Isaac Levitan

Hace unos años, en Montevideo, compré un libro, de segunda mano, de un pintor ruso. Era un ejemplar grande, de tapa dura y hojas satinadas, editado en Moscú en 1965. Aunque mi apellido es de origen ruso, no conozco ni una palabra de esta lengua, y me resultó imposible descifrar lo que tenía escrito. Sin embargo, la belleza de sus láminas me cautivó de inmediato. Y sobre todo, una de sus pinturas, que mostraba un camino de tierra flanqueado de árboles. Había algo en esa imagen que me inquietaba de un modo especial. Como si presintiera que en algún lugar, o en algún tiempo, mis pies habían hollado un sitio así. Años después, cuando empecé a navegar por internet, decidí averiguar algo más sobre este pintor. El problema era que, por tratarse de un alfabeto distinto, ni siquiera sabía escribir su nombre. Pero, puesto que pintaba paisajes, entré en Google y busqué "paisajistas rusos". Al cabo de un tiempo, encontré una pintura igual a la de mi libro, y supe así que el artista se llamaba Isaac Levitan. Nunca hallé una biografía lo suficientemente completa, y ningún comentario significativo respecto a sus pinturas, salvo el hecho de que los norteamericanos denominaban a ese tipo de arte "landscape of mood".
En el 2008, Sergio Gaut vel Hartman me invitó a participar en una antología de relatos, cuyo tema debía ser el encuentro de culturas, tomando este concepto con mucha amplitud. Recordé entonces la pintura de Levitan, hice mi propia interpretación de la misma, y escribí el cuento "Los árboles de Isaac Levitan", que se publicó en diciembre de ese año, en el libro que finalmente se llamó "Otras Miradas", de Ediciones Desde la Gente, con un tiraje de 8.000 ejemplares.
Los invito ahora a leer ese relato, más una mini biografía que escribí para esta ocasión, y por supuesto, a disfrutar de algunas de las maravillosas pinturas de Isaac Levitan.


LOS ÁRBOLES DE ISAAC LEVITAN

Una tarde, mientras pintaba en mi atelier de las afueras de Montevideo, recibí una llamada de un hospital cercano: habían internado a mi amigo Mario. Como ya rondaba los ochenta años y tenía una enfermedad incurable, temí lo peor. Colgué, me abrigué con un sobretodo, saqué la vieja camioneta del garaje y puse rumbo al nosocomio.
Aquel viejo bohemio, veinte años mayor que yo, me había enseñado no sólo a pintar, sino también a amar y comprender el arte. Probablemente ese haya sido el puente para que entre nosotros creciera la amistad. Mientras manejaba, la risa franca de Mario arribaba a mi memoria. Me gustaba recordarlo en sus momentos más felices, con sus ojos claros y brillantes.
Una cuadrilla de trabajadores estaba ensanchando un tramo de la ruta, y tuve que hacer algunos pequeños desvíos, pero no me demoré más de diez minutos.
El hospital era chico y encontré pronto la habitación.
Mario estaba flaco, desmejorado; la quimioterapia había hecho que sus porfiados cabellos se redujeran a una pelusa suave. Se alegró mucho de verme y sonrió como de costumbre. Sin embargo, pese a todos sus esfuerzos por mostrarse afable y natural, se me hizo evidente que no estaba en paz consigo mismo.
Al poco tiempo de estar ahí, me di cuenta que rehuía los comentarios que se referían a su enfermedad, y procuraba encauzar la conversación hacia cualquier otro tema. Se quejó de que la habitación que le habían dado no tenía ventanas, y que se perdía la oportunidad de ver los bosques que rodeaban el hospital.
Estiró una mano leve en el aire, como si tocara un recuerdo, y con aquella voz embellecida por los años, señaló:
-...En primavera la floresta se tiñe de increíbles tonos de verde. Aquí y allá. Es precioso. La gente debería reparar más en esto.
-Víctor Hugo decía que la naturaleza habla, pero nadie escucha.
-Ah... eso está bien; sí.
Después se quedó un momento en silencio.
Le aseguré que pronto volvería a verla, y sonrió tristemente.
-Pero mientras eso ocurre -sugirió- me gustaría que me prestaras aquel libro de Isaac Levitan. Ayer me estaba acordando de él. ¿Me lo traerás?
-Claro, mañana sin falta lo tendrás aquí.

Esa misma noche saqué el libro de mi biblioteca y me lo llevé a la cama para ojearlo.
Isaac Levitan era un paisajista, de origen judío, nacido en 1860 en Kybartai, Rusia (actual Lituania). Lo extraordinario de su arte, es que lograba trascender la objetividad de un paisaje y mostrarnos su propia alma. Podía hablarnos de sí mismo, de su melancolía, de su percepción de la maravilla y el misterio de la naturaleza, y de los anhelos de cosas que no eran de este mundo. En algunos de sus cuadros, el realismo cedía espacio a visiones impresionistas, de influencia francesa. Pero allí donde los franceses buscaban simplemente el efecto de la luz, él conseguía adentrarse en las profundidades del ser humano. No siempre los colores eran una expresión de realismo, a veces la verdad del cuadro quedaba subordinada a una verdad interior. Entonces todo se resolvía en tonos de verde, gris o cualquier otro color, para reforzar un concepto de unidad, que tenía que ver con una visión armónica de la naturaleza. No era difícil comprender por qué le gustaba tanto a Mario. Aunque él sabía mucho de escuelas y vanguardias, en los últimos años de su vida había hallado un refugio para su espíritu en la obra de algunos paisajistas.
Al día siguiente, luego de almorzar, fui a visitar a mi amigo.
Cuando le entregué el libro se puso muy contento. Me senté en una silla, junto a su cama, y disfruté viendo su rostro, mientras él contemplaba las reproducciones.
-Tiene ojos soñadores- dijo señalando el retrato de Isaac Levitan que encabezaba las láminas.
-Es verdad- reconocí.
-Pablo... -dijo luego de mostrarme unos árboles reflejados en la superficie de una laguna- mirá que extraordinario...Este es el Levitan que más me gusta, el de las visiones intimistas.
-Uno desearía estar ahí.
-Claro... ¿quién no? Cuando repasás su obra te das cuenta de la cantidad de ríos y caminos que ha pintado. Y lo más hermoso, es que esos ríos y esos caminos también son para nosotros-. Y dicho esto, pasó las páginas para mostrarme que lo que decía era verdad-. Los caminos llegan hasta la base del cuadro, como una invitación a entrar en ellos. También hay botes que nos aguardan junto a las orillas. Levitan descubre un paraíso, y quiere compartirlo con nosotros.
Me pareció genial el hecho de que un uruguayo contemporáneo, como era Mario, pudiera sentirse tan compenetrado con la obra de un pintor que había vivido en la Rusia del siglo XIX. Después de todo, aquella empatía, con alguien de otra cultura, estaba demostrando que existe algo imperecedero que trasciende cualquier frontera.
Luego Mario se detuvo en un óleo fechado en 1897.
-Este es mi favorito. Siempre me atrajo poderosamente.
La pintura en cuestión era "Claro de Luna. Una Villa". La luna no se aprecia, pero está su luz acogedora, bañando toda la escena. Es de una belleza extraordinaria, pero sin alardes, sin estridencias, precisamente nos conmueve por su intimidad. Lejos de buscar impactarnos, nos invita a entrar en ella. No es el destello de una revelación, de una visión mística, sino la luz de una paz interior. De la villa se ve muy poco, apenas unas casitas a lo lejos. El centro temático del cuadro es un camino de tierra, en el que se advierten las huellas de un carro, flanqueado por árboles. Como había señalado Mario, el camino llega hasta el pie del cuadro. Eso bastaría para indicar que se está invitando al espectador a entrar en el paisaje, pero hay otros elementos que refuerzan este concepto. El camino tiene forma de triángulo. La mirada del espectador entra por la base del triángulo y se proyecta hacia el vértice. El camino nos absorbe, pero no acaba aquí el encanto de la obra. Levitan ha utilizado otro truco para que esa atracción sea irresistible. Normalmente, cuando un artista ilustra unos árboles va a tratar de que los que estén más cerca nuestro se vean más grandes y con las copas más tupidas, para crear una sensación de perspectiva. Sin embargo, él realiza otra cosa. A la izquierda del camino, aunque mantiene un tamaño creíble en los árboles -de mayor a menor- pinta a los últimos con más follaje que a los primeros. Hace esto para lograr que entre las manchas oscuras de las copas de los árboles quede perfectamente delineado un triángulo de cielo, que al igual que el camino, nos arrastra hacia el interior del cuadro. Al final, los dos vértices de los triángulos se funden en un punto. Uno podría llegar así a pensar que el camino de tierra es la expresión humana de ese otro camino que se abre en el cielo.
-Este cuadro lo pintó en 1897- me explicó Mario-. El mismo año en que los médicos le diagnosticaron una afección cardíaca que tres años después lo llevaría a la muerte. Se fue de este mundo cuando apenas tenía cuarenta años.
-No deja de tener coherencia que alguien con su sensibilidad muriese del corazón.
-Las razones de la poesía - concluyó mi amigo con una sonrisa.

En las semanas siguientes seguí visitando a Mario. Gracias a los cuidados del personal del hospital logró recuperar algo de peso y de energía, pero su enfermedad no tenía vuelta atrás. Los tratamientos a base de radiaciones y quimioterapia demostraron ser infructuosos.
Procuré que le dieran una habitación con vista a los bosques, pero fue imposible, porque no había camas disponibles en ese sector.
Un día se hizo una junta médica y luego el médico jefe me explicó la situación.
Al día siguiente, bien entrada la tarde, yo me llevaba al anciano del hospital.
Mario sabía que aquello no era un alta. Simplemente lo mandaban a su casa porque la medicina ya no podía hacer más nada por él.
Lo ayudé a vestirse. Estaba un poco débil, pero tenía una fuerza interior que lo hacía querer salir de ahí. Mientras le ponía la campera, decía que era una suerte ya no tener que permanecer entre esas cuatro paredes. Y cuando se mojó la cara y se miró en el espejo, añadió que quería sentir el olor de los árboles.
Guardamos sus pertenencias en una maleta, y después de despedirse de las enfermeras y los médicos, salimos del hospital.
Respiró hondo.
Caminamos unos pasos y subimos a la camioneta.
Se sentó a mi lado, bajó el vidrio de la ventanilla, y durante todo el viaje estuvo mirando para afuera.
Dejamos atrás los bosques y salimos a la ruta. El cielo estaba azul oscuro a esa hora, y las sombras del invierno comenzaban a cubrir los campos como una caricia piadosa. Encendí los focos del auto. Los vehículos que se desplazaban por la carretera, nuevos y pretenciosos, eran episodios fugaces en la inmensidad de la naturaleza.
Al llegar a la zona de obras, tuve que hacer un desvío hacia mi derecha. En esa área, había una chacra importante que ocupaba varias manzanas y debí internarme por un camino vecinal varios cientos de metros para poder bordearla. Luego giré dos veces más hacia la derecha, siempre rodeado de campos y bosques.
El aroma de los árboles entraba por la ventanilla. La brisa desplazó unas nubes y la luna apareció en el cielo como un tazón de leche tibia.
Cuando me disponía a tomar una calle de tierra que nos conduciría nuevamente a la ruta, Mario me colocó una mano en el hombro y me sorprendió con estas palabras:
-Esperá, detené el auto.
Había tanta urgencia en su voz que clavé los frenos.
Iba a preguntarle qué ocurría, pero entonces giré el rostro hacia donde él estaba mirando y sentí un escalofrío.
Nos quedamos callados un tiempo difícil de estimar. Luego yo bajé, abrí la puerta de su lado y lo ayudé a bajar.
Permanecimos junto a la camioneta, sin atrevernos a dar un paso más.
A la derecha del camino se abría otro camino, flanqueado de árboles, que no era ni más ni menos que el mismo que había pintado Isaac Levitan en la Rusia de 1897.
Aquello era imposible, y sin embargo no había lugar a dudas.
La exacta disposición de los árboles, con cada rama y cada hoja. El camino de tierra, con las huellas de un carro. Las casitas a lo lejos, y el triángulo de cielo, iluminado por la luna. Todo estaba allí, como lo había pintado Levitan.
Mi amigo no decía una palabra, pero sus ojos eran tan expresivos que no necesitaba hablar. Se veía claramente que estaba maravillado. De pronto frunció el ceño, como si alcanzara una íntima comprensión, y me dijo:
-Voy a caminar entre esos árboles.
Le ofrecí mi brazo para que se apoyara, pero él lo rechazó cortésmente.
-Estoy bien... -señaló- puedo hacerlo solo.
En su rostro se apreciaba una serena paz, recobrada después de un largo tiempo. Había en él alegría y aceptación, y acaso, en ese momento, ambas fueran la misma cosa.
Me dirigió una última mirada, sonrió y empezó a andar...

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BIOGRAFÍA DE ISAAC LEVITAN

Isaac Ilich Levitan nació el 30 de agosto de 1860 en un shtetl de Kybartai, región de Kaunas, Lituania, en el seno de una pobre pero educada familia judía. A comienzos de 1870 se trasladó con ella a Moscú. En 1873 ingresó en la Escuela de Pintura, Escultura y Arquitectura, donde anteriormente había estudiado su hermano mayor Avel. Al cabo de un año, se decantó hacia la pintura naturalista. En 1875 falleció la madre del artista y el padre cayó gravemente enfermo, lo que le imposibilitó cuidar adecuadamente a sus cuatro hijos, sobre los que se abatió la miseria. Finalmente, el jefe de familia murió dos años después.
Con tan solo 17 años, Isaac tuvo grandes dificultades para poder continuar sus estudios, debiendo incluso dormir en las casas de sus amigos, o en los salones vacíos de la escuela. Sus profesores, reconociendo sus aptitudes, le otorgaron una beca y un premio consistente en una gran caja de pinturas y pinceles. Algunos de sus maestros fueron reconocidos pintores, como A. Savrasov, V.G. Perov y V.D. Polenov.
En 1879, a instancias de las autoridades zaristas, que habrían de alentar los futuros pogroms, comenzaron las deportaciones masivas de judíos en Moscú. Sin embargo, por la presión de gente influyente que amaba su arte, Levitan pudo permanecer en dicha ciudad.
Un apoyo muy significativo a su obra lo tuvo en 1880, cuando el célebre coleccionista y filántropo Pavel Mijailovich Tretyakov compró su cuadro «Día de otoño, Sokolniki». Eso le ayudó a subsistir y pudo dedicarse de lleno a su tema favorito, la pintura de paisajes, sobre todo de los bosques y las praderas que había en las cercanías de Moscú. A partir de 1884 comenzó a relacionarse con el grupo de pintores itinerantes llamado "Peredvizhniki", lo que le permitió dar difusión a su trabajo.
En 1897, cuando ya era muy famoso, fue elegido miembro de la Academia Imperial de las Artes, y en 1898 estuvo al frente de la misma como Decano.
Víctima de una afección cardíaca, falleció el 4 de agosto de 1900, cuando solo tenía cuarenta años de edad. Lo sepultaron en el Cementerio Judío de Dorogomilov, y en 1941 sus restos fueron trasladados al Cementerio de Novodevichy, muy cerca de la tumba de Chejov, de quién era íntimo amigo.
Levitan dejó un legado, entre óleos, acuarelas, grabados y dibujos, de más de mil obras. Se transformó así en uno de los máximos exponentes de una corriente que en inglés se llama "landscape of mood", y que se refiere a la transmisión de estados de ánimo a través de la pintura de paisajes. En efecto, allí donde cualquier otro pintor ilustra, por ejemplo, un paisaje nocturno, él logra pintar el misterio de la noche. Y ahí donde otro simplemente nos muestra una vivienda en la bastedad de la naturaleza, él nos hace pensar en la soledad y la melancolía que viven en el alma humana.
Curiosamente, si uno observa una retrospectiva del artista, advierte que a medida que este acerca a la muerte, sus pinturas se tornan cada vez más luminosas.
"Las enfermedades del corazón"-señaló una vez-"se curan con el corazón".
Pablo Dobrinin

El Bosque

El Bosque
Durante un tiempo, yo pensaba que para ser un escritor auténtico, uno tenía que hurgar en las zonas más decadentes. En pocas palabras: sacar la basura. Es falso.
Lo importante es tener el valor de internarse en la espesura del Bosque.

El Bosque- como símbolo del inconsciente- no es ni positivo ni negativo, ni bueno ni malo. Simplemente es algo que oculta secretos, algo que nos espera. Por lo tanto, cuando decido entrar él, sé que puedo encontrar todo tipo de cosas. Miedos, perversiones, pero también caminos capaces de reconfortar el alma. Imágenes. Algunas agradables y otras no tanto. Pero es mi Bosque, y no renunciaría a él.